Ha pasado casi desapercibida la siguiente
noticia: “El Real Madrid elimina la cruz que preside el escudo del equipo en el
mercado musulmán. La modificación del emblema sólo será efectiva en establecimientos,
instalaciones o actividades en las que participe el Real Madrid en países de
mayoría musulmana”. Como todo mal se banaliza a favor de esa gangrena del siglo
XXI llamada relativismo, pocos han alzado la voz contra tamaña afrenta y
ultraje a la institución blanca, llevada a cabo por su propio presidente
Florentino Pérez, a excepción de alguna agrupación católica como la “Asociación
Enraizados” y algún debate en las redes
sociales. El dislate es tal que, siguiendo las mismas premisas absurdas en las que
se fundamenta, cuando se firme un contrato o se vaya a realizar algún partido o
acto en un país republicano, se debería quitar la corona del escudo por respeto
a la República de ese lugar; o, cuando se vaya a Cataluña, quitar la eme del
escudo para no herir a los catalanes que dicen “Madrid nos roba”; o, puesto que
la cruz se quita en países de mayoría musulmana, que éstos eliminen la media
luna de sus escudos cuando visiten naciones con mayoría cristiana, para no
sentirnos ofendidos. Claro está que esto último nunca se atreverán ni siquiera
a pensarlo, no sea que los pacíficos musulmanes se enfaden y empiecen una de
sus muchas yihad y acaben decretándonos la guerra santa.
No es discutible que Florentino Pérez ha
logrado que el Real Madrid regrese a lo más alto del escalafón mundial, no sólo
en cuanto a fútbol, sino a clubes deportivos en general, pero tampoco es
cuestionable que hay asuntos sagrados sobre los que no se puede renunciar
jamás, como la corona con la cruz que el Rey Alfonso XIII, el 29 de junio de
1920, concediese el título de Real, mediante documento público. A partir de
entonces, salvo el periodo de la II República que obligó a su desaparición al
prohibir todos los símbolos monárquicos, el Real Madrid adoptó y exhibió la
corona con la cruz en el escudo.
Y es que con Florentino Pérez, cuando honra y
provecho entran en conflicto, vale el consejo malvado de Celestina a Areúsa:
“Honra sin provecho no es sino como anillo en el dedo; e pues entrambos no
caben en un saco, acoge las ganancias”. Creo sinceramente que a Don Santiago
Bernabéu le avergonzaría como se ha cambiado un trozo del escudo por un plato
de lentejas; le alarmaría la ligereza de una decisión que no debe tomar una
sola persona o directiva porque traspasa sus funciones y poderes; le
entristecería ver cómo hemos llegado a esta postración, incomprensible sin lo
odiosa indolencia de quienes se someten a los dictados de una negociación.
Bernabéu dijo que “…personalmente, no hice jamás la menor de las concesiones”. Aprende
un poco, Florentino Pérez, del gran prohombre que hizo posible el club más
grande de todos los tiempos.
José Quijada Rubira.
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