Europa siempre ha sido el muro de contención
del islamismo que, desde la muerte de Mahoma en el 632, se expandió fuera de la
península arábiga con intención de destruir toda civilización que se encontrara
a su paso, como así pasó con el Imperio Bizantino que, tras casi mil años de
lucha y salvaguardia de los valores del cristianismo de la Europa Occidental,
fue arrasada Constantinopla, su capital, en el año 1453, quedando el camino
expedito a las hordas de los turcos otomanos para la conquista de todo el viejo
continente. Pero apenas cuatro décadas después, el 2 de enero de 1492, con la
unificación de España por los Reyes Católicos y la victoria total sobre los
musulmanes invasores tras casi ocho siglos de Reconquista (722), sería la misma
España y su fe cristiana la que se elevaría como el escudo protector de la
civilización occidental ante el peligro y la amenaza islamista. A través de
figuras únicas e irrepetibles como Carlos I y Felipe II, que supieron comprender
y discernir el momento tan delicado en que se encontraba Europa, España supo
erigirse en el paladín de los valores y la cultura cristiana del viejo
continente haciendo frente y derrotando a los turcos en Lepanto, el 7 de
octubre de 1571, “la más alta ocasión que vieron los siglos”.
Pero la Europa de hoy nada tiene que ver con su
historia pasada. Sus valores tradicionales basados en la filosofía griega, el
derecho romano y la religión cristiana han sido enterrados y sustituidos por un
relativismo en el que se banaliza con el bien y el mal; un relativismo que ha
destruido todo principio y escala de valores para devenir en una entelequia
llamada multiculturalismo, que es una
trampa sin salida posible; un relativismo que se ha convertido en el ídolo de barro
de la enferma Europa actual, en el nuevo Becerro de Oro de una Europa desnortada,
adocenada, cobarde y chata que bajo la apariencia de la diversidad cultural o
el pacifismo, es, en el mejor de los casos, la excusa para no intervenir y atajar
de raíz el islamismo usurpador. No hay más que ver los últimos actos
terroristas de París y la reacción medrosa a afrontar la verdad sin ambages. No
es que Europa no quiera ver la solución, es que ni siquiera quiere ver el
problema que, como un boomerang, vuelve a ella una y otra vez y le atiza en la
frente, como la infección de la herida enconada se vuelve siempre contra quien
pretendió cerrarla en falso. La escritora y periodista Oriana Fallaci ya
calificó a Europa como una futura “Eurabia repleta de cretinos”. Efectivamente,
unos 54 millones de musulmanes viven en Europa y en 12 años serán un 25% de la
población total, con naciones como Francia y Alemania donde hay más islamistas
que católicos, cerrando decenas de iglesias mientras se abren mezquitas. En Gran
Bretaña, el islam supera al anglicanismo como religión dominante. Holanda,
Bélgica, Dinamarca… tienen graves problemas. En todos estos países, guetos
musulmanes son controlados por fanáticos religiosos que imponen la sharia y la
policía no se atreve a entrar en sus barrios ni entorpecer sus “leyes”. En la
Ámsterdam que una vez fue tolerante, ahora se castiga a los gays, por parte,
exclusivamente, de los musulmanes. En Francia, a los maestros de escuela se les
recomienda no introducir autores que se puedan considerar ofensivos a los
musulmanes. En Inglaterra, los tribunales “sharia” han pasado a ser parte
oficial del sistema legal británico. En Suecia, en un comunicado de siete
páginas, los musulmanes piden que la ley islámica debería ser institucionalizada,
mezquitas pagadas por el Estado, escuelas especiales para islamistas, piscinas
con horario diferente para niños y niñas, que se respete el calendario
musulmán… Somos cautivos de los islamistas, que nunca han intentado integrarse
ni económica ni social ni políticamente, y que vienen para que nuestra sociedad
se integre a su Dar-al-Islam.
Mientras los musulmanes tienen a Europa
atrapada en su tela de araña y amenazan con clavarle sus mortíferos quelíceros,
la mayoría de los líderes del viejo continente siguen reduciendo el problema a
la libertad de expresión, mostrando al Islam como “pacífico y tolerante”. Por
eso su profeta Mahoma era un jefe guerrero, asesino de masas, pedófilo, que
asesinaba a sus enemigos o ejecutaba a sus prisioneros de guerra. Fue Mahoma en
persona quien ejecutó a la tribu judía de Banu Qurayza. Su pensamiento es este:
Si es bueno para el Islam, todo está bien. Y si es malo para el Islam, todo
está mal. Winston Churchill comparó el Corán con el “Mein Kampf”, refiriéndose
al Islam como “la fuerza más retrógrada en todo el mundo”. Pero ya no quedan en
Europa gigantes de su talla, sólo liliputienses y tontos útiles, a pesar de las
advertencias por parte de reputados personajes expertos en el Islam como Samir
Khali Samir, jesuita egipcio que fue asesor de Benedicto XVI en temas de
Oriente Medio, o monseñor Amel Nona, Arzobispo de Mosul. Es hora de copiar a
Japón, único país del mundo que no tiene problemas con el Islam debido a sus
leyes anti-islam: no se da ciudadanía ni residencia permanente a los
musulmanes; prohibida la propagación del Islam y el estudio de su idioma o
religión en las Universidades; no se puede importar “El Corán” en idioma árabe;
los musulmanes no pueden ni siquiera alquilar una casa en Japón… Todo un
ejemplo a seguir.
El gran pensador Chesterton, en su imbatible
y monumental “El hombre eterno”, explica que la Fe cristiana ha tenido cinco
muertes a lo largo de su historia: el arrianismo (siglos IV y V); cruzadas
albigenses (siglo XII); Humanismo (Renacimiento); Voltaire y, por último,
Darwin. Pienso que estamos en la sexta muerte de la Fe, apartada y olvidada
ante esa mentira elevada a la categoría de verdad absoluta que es el
relativismo y sus múltiples versiones de buenismo, multiculturalismo y demás
idiotismos que engañan y confunden al gurruño infrahumano en que se ha
convertido el viejo continente. El mismo Chesterton dijo que “Cuando por
cualquier razón lo bueno de una sociedad deja de funcionar, la sociedad empieza
a declinar”. Pero también nos dejó un hálito de esperanza: “La Fe fue arrojada
a los perros, pero fueron los perros los que perecieron”. Esperemos que los
perros islamistas perezcan de nuevo. No hay otro camino.
José QUIJADA RUBIRA.
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