Cuenta la leyenda que Casillas, el actual portero y capitán del Real Madrid, ejerció de manera ejemplar la responsabilidad y deberes que la capitanía conlleva, anteponiendo el equipo a sus intereses particulares, actuando de nexo de unión, de líder del grupo, dando sobradas muestras de ello. No dejaba de celebrar los goles de su club -mucho menos los conseguidos en el último minuto de partidos trascendentales-, impertérrito ante la alegría desbordada de sus compañeros de campo, como si no fuese la cosa con él. No se ocultaba y callaba de manera premeditada, haciendo dejación de sus funciones. No estaba en connivencia con ciertos periodistas y mass media, organizando una campaña contra su entrenador y, por ende, contra el Real Madrid. No filtraba noticias para su interés y conveniencia, creando un ambiente irrespirable dentro del vestuario. No tenía el gesto adusto y el carácter esquivo, siempre a la defensiva, como si estuviese reñido con el mundo.
Para un sector cada vez más numeroso del madridismo, Casillas está señalado de por vida, sin salvación posible. Ha emponzoñado tanto su figura en los últimos tiempos -sobretodo esta última temporada- por desertar de sus funciones de capitán, que ese estigma le perseguirá para siempre. Porque ¿cuándo ha ejercido como un auténtico capitán Iker? ¿Cuándo ha salido a dar la cara por compañeros y entrenador, con declaraciones claras y tajantes? ¿Cuándo ha despejado dudas para contribuir al buen funcionamiento del equipo, aclarando la tormenta? Never, never, never que diría Florentino. En los últimos días, se ha limitado a decir que "No le guardo rencor a Mourinho" y "Arbeloa tiene mucha razón en gran parte de lo que dice", en referencia a las declaraciones de su compañero defendiendo al entrenador portugués, pero sin disipar nada y con la ambigüedad como norma, sabiéndose protegido por muchos periodistas cómplices; jugando con ventaja. Y eso que ahora ha tenido una gran ocasión de redimirse -al menos algo- con los ataques al Madrid de sus queridos Xavi, Iniesta y Pedro, dentro de la concentración de la selección española.
En el clásico de Don Siegel, "La invasión de los ladrones de cuerpos" (1956), los habitantes de un poblado van siendo paulatinamente reemplazados por dobles exactos, clones idénticos pero sin alma y sin sentimientos. Como en el caso de Casillas, que sólo queda la apariencia física, el exterior; la suplantación ha sido perfecta: parece Iker pero no queda nada de lo que anteriormente identificaba al guardameta, quedando vacío por dentro. El Casillas que conocimos está ausente y no volverá jamás. Ha abjurado de su puesto, abandonando su cometido. Es el capitán desertor. Si "Roma no paga traidores", el Real Madrid, menos.
José Quijada Rubira.
En el clásico de Don Siegel, "La invasión de los ladrones de cuerpos" (1956), los habitantes de un poblado van siendo paulatinamente reemplazados por dobles exactos, clones idénticos pero sin alma y sin sentimientos. Como en el caso de Casillas, que sólo queda la apariencia física, el exterior; la suplantación ha sido perfecta: parece Iker pero no queda nada de lo que anteriormente identificaba al guardameta, quedando vacío por dentro. El Casillas que conocimos está ausente y no volverá jamás. Ha abjurado de su puesto, abandonando su cometido. Es el capitán desertor. Si "Roma no paga traidores", el Real Madrid, menos.
José Quijada Rubira.
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