Al igual que el Real Madrid de fútbol dominó Europa en la segunda mitad de los años 50, conquistando 5 Copas de Europa consecutivas, el equipo de baloncesto blanco también reinó en el viejo continente, hacia la segunda mitad de la década de los 60, ganando 4 Copas de Europa en cinco años, siendo finalista en siete ocasiones en ocho años, desde la temporada 61-62 a la 68-69, marcando una época irrepetible, imperando de una manera casi insultante y destronando a los equipos del Este europeo, sobre todo soviéticos, inaccesibles e inalcanzables hasta entonces para cualquier conjunto de la Europa Occidental. El club merengue, de la mano de Saporta y Ferrándiz, conseguiría destrozar ese monopolio de la extinta URSS, poco a poco, formando cada año que pasaba una plantilla más fuerte, acercándose de manera inexorable a la cúspide de Europa, apabullando con un juego veloz y dinámico. Todo empezó así:
Tras las incorporaciones en años anteriores de jugadores españoles de gran categoría, como Emiliano, Sevillano, Sáinz y Alocén, se sabía en el club blanco que se necesitaba traer a un par de americanos que lograsen, de manera definitiva, el salto de calidad preciso para competir con el imperio de la URSS. Ferrándiz se trajo al globettroter Hightower (un prodigio de alero de 204 cmts.) y al discreto pívot Morrison. Era la temporada 61-62, la de la famosa autocanasta de Alocén, llegando por vez primera a la final de la Copa de Europa, perdiendo ante el equipo soviético del Dinamo de Tiblisi por 90-83. Las portentosas actuaciones de Hightower (30) y Emiliano (21) no fueron suficiente ante la mayor capacidad reboteadora del Tiblisi. La derrota fue digna y por primera vez un equipo no perteneciente a la Europa comunista disputaba la final.
La siguiente temporada (62-63), se cambió la pareja de americanos y llegaron Luyk (pívot de 203 cmts.) y Burgess (pívot de 204 ctms.), que triunfaron en el Real Madrid -sobre todo Luyk- y llevaron al equipo a la segunda final consecutiva de la Copa de Europa. En esta ocasión, la final era de ida y vuelta, jugándose primero en Madrid y frente al todopoderoso TSKA de Moscú, que acudió a la capital de España tras numerosas gestiones de Saporta ante el gobierno español para que autorizara la visita y la amenaza de la FIBA de proclamar al equipo blanco campeón por incomparecencia del rival. Era la primera ocasión en que un equipo ruso actuaba en Madrid, el 23 de julio de 1963, venciendo el Real Madrid por 86-69, con una extraordinaria actuación de Emiliano, Sevillano, Burgess y Luyk. Desgraciadamente, los 17 puntos de ventaja fueron insuficientes ya que el equipo moscovita igualó el tanteo en Moscú por 91-74. En el partido de desempate no hubo historia y el TSKA se imponía por un claro 99-80. Faltaba un paso más.
En la temporada 1963-64, los equipos soviéticos no participaron para preparar mejor a sus jugadores para los Juegos Olímpicos de Tokio-64. presentándose una gran oportunidad para lograr ese salto a la cima que, hasta ahora, se hacía imposible. La pareja de extranjeros se mantuvo -para qué trastocar lo que funciona- y el equipo fue quemando etapas, cada vez más consolidado, alcanzando su tercera final consecutiva. El rival era otro equipo del telón de acero, el temible Spartak de Brno de Checoslovaquia, jugándose la ida en la ciudad checa, perdiendo el Madrid por 11 puntos (110-99), una diferencia asequible. En la vuelta, el 10 de mayo de 1964, el conjunto blanco se impuso por 84-64, enjugando la diferencia negativa y proclamándose campeón de Europa por primera vez en su historia, con un partido espléndido de Emiliano (28) y Luyk (25). El Real Madrid tocaba la gloria, la cúspide del baloncesto europeo. El entrenador era Joaquín Hernández, ya que Ferrándiz ocupó la dirección técnica.
Aunque se había conseguido la ansiada Copa de Europa, la hazaña no estaba completa al no participar los equipos soviéticos, y eso flotaba en el ambiente del club madrileño. Para esta temporada (64-65), cogió las riendas Ferrándiz, de nuevo, tras el fallecimiento de Hernández. Después de una épica semifinal ante el poderoso OKK de Belgrado del gran Korac, se llegó a la final ante el rival esperado y deseado: el TSKA de Moscú. En la ida, jugada en casa moscovita,, sólo 7 puntos de desventaja (88-81), con un partido descomunal de Luyk (28) y Burgess (15). Cinco días más tarde, bajo la presidencia de los Príncipes de España, el Real Madrid redondeaba la proeza y, esta vez sí, se imponía al TSKA de Moscú por 76-62, despejando dudas de quien era el mejor de Europa, con Emiliano (24), Luyk (18) y Burgess (16) en plan colosos. El ritmo frenético impuesto en el Frontón Fiesta Alegre, no pudo ser frenado por los soviéticos y el conjunto blanco se alzaba con su segunda Copa de Europa consecutiva y, por vez primera en la historia, ante un equipo de la antigua URSS.
Tras el paréntesis que supuso la temporada 65-66, debido a que Ferrándiz dejó el equipo en manos de Robert Busnel -luego a la cabeza de la Fiba-, que fracasó en la Copa de Europa al ser eliminados por el Simmenthal de Milán (campeón ese año), el genial entrenador merengue volvió a tomar las riendas del conjunto blanco en la siguiente temporada (66-67), esta vez de manera continuada. La pareja de americanos cambió, al irse Burgess y ser nacionalizado español Luyk, viniendo el pívot Mclntyre y el extraordinario Miles Aiken (pívot de 198 ctms), jugador negro de movimientos felinos y calidad a raudales. Con estas incorporaciones, el Madrid inició el asalto al trono de los milaneses, tomándose cumplida revancha en la final disputada a partido único en Madrid, en el Pabellón de la Ciudad Deportiva. El resultado final fue de 91-83, con Emiliano (29), Aiken (23), Luyk (17) y Mclntyre (14) destrozando al Simmenthal. El Real Madrid ya era tricampeón de Europa y volvía a reinar.
En la siguiente temporada (67-68), Mclntyre dejó su puesto a un tal Wayne Brabender, alero de 193 cmts., de extraordinaria suspensión y gran defensor. El equipo estaba en la cúspide de su juego y los rivales fueron cayendo hasta llegar a la gran final de Lyon, el 11 de abril de 1968, frente a un viejo conocido: el Spartak de Brno. El equipo checoslovaco era favorito debido a la baja de Sevillano y a la lesión de Emiliano al poco de iniciarse el partido. El encuentro fue a cara de perro, sin concesiones y muy igualado como refleja el 98-95 final que otorgó al Real Madrid su cuarta Copa de Europa en cinco años, algo que nadie había conseguido hasta el momento. Las portentosas actuaciones de Aiken (26), Luyk (24) y Brabender (22), unido al gran juego del sustituto de Emiliano, Toncho Nava (10), lograron este hito. Fue el último partido de Lolo Sáinz como jugador. El Real Madrid dominaba en el viejo continente.
En la temporada 68-69, el Madrid conseguía otra epopeya nunca lograda antes por nadie: ganar en la cancha del TSKA de Moscú por 78-89. Esta proeza conmovió a todo el deporte europeo e, incluso, el público moscovita ovacionó al equipo español cuando se despidió triunfante desde el centro del campo. No era eliminatoria directa y los soviéticos no quedaron eliminados. Todo lo contrario, serían los rivales del equipo blanco en la final disputada en Barcelona; una de las más dramáticas y recordadas de la historia. El Real Madrid tuvo al alcance la victoria con 81-77 a falta de 25 segundos, pero dos graves errores (uno de Aiken) permitieron al TSKA empatar el marcador en el último segundo: 81-81. En la prórroga, y con empate a 93, Aiken falló una canasta imposible de errar, una bandeja fácil que hubiera dado el triunfo al conjunto blanco. Ferrándiz, echándose las manos a la cabeza, fulminó con su mirada al americano. En la segunda prórroga, con el Madrid muy diezmado por las personales, el TSKA de Moscú logró llevarse el título por 103-99, con el público barcelonés apoyándoles. El heroico partido de todo el conjunto merengue, principalmente Aiken (24), Luyk (20), Brabender (20) y Emiliano (18), no fue suficiente ante la mala suerte acumulada en esta final, dejando escapar el triunfo en dos ocasiones. Aiken abandonó el equipo y el Real Madrid terminaba su primera época dorada, con 7 finales en 8 años y 4 títulos. Comenzaban cuatro años mediocres en Europa, al no dar con los extranjeros adecuados. Todo volvería a la normalidad en la temporada 1973-74, con el inicio de la segunda edad de oro del Real Madrid. Eso será otra historia.
José Quijada Rubira.
Tras el paréntesis que supuso la temporada 65-66, debido a que Ferrándiz dejó el equipo en manos de Robert Busnel -luego a la cabeza de la Fiba-, que fracasó en la Copa de Europa al ser eliminados por el Simmenthal de Milán (campeón ese año), el genial entrenador merengue volvió a tomar las riendas del conjunto blanco en la siguiente temporada (66-67), esta vez de manera continuada. La pareja de americanos cambió, al irse Burgess y ser nacionalizado español Luyk, viniendo el pívot Mclntyre y el extraordinario Miles Aiken (pívot de 198 ctms), jugador negro de movimientos felinos y calidad a raudales. Con estas incorporaciones, el Madrid inició el asalto al trono de los milaneses, tomándose cumplida revancha en la final disputada a partido único en Madrid, en el Pabellón de la Ciudad Deportiva. El resultado final fue de 91-83, con Emiliano (29), Aiken (23), Luyk (17) y Mclntyre (14) destrozando al Simmenthal. El Real Madrid ya era tricampeón de Europa y volvía a reinar.
En la siguiente temporada (67-68), Mclntyre dejó su puesto a un tal Wayne Brabender, alero de 193 cmts., de extraordinaria suspensión y gran defensor. El equipo estaba en la cúspide de su juego y los rivales fueron cayendo hasta llegar a la gran final de Lyon, el 11 de abril de 1968, frente a un viejo conocido: el Spartak de Brno. El equipo checoslovaco era favorito debido a la baja de Sevillano y a la lesión de Emiliano al poco de iniciarse el partido. El encuentro fue a cara de perro, sin concesiones y muy igualado como refleja el 98-95 final que otorgó al Real Madrid su cuarta Copa de Europa en cinco años, algo que nadie había conseguido hasta el momento. Las portentosas actuaciones de Aiken (26), Luyk (24) y Brabender (22), unido al gran juego del sustituto de Emiliano, Toncho Nava (10), lograron este hito. Fue el último partido de Lolo Sáinz como jugador. El Real Madrid dominaba en el viejo continente.
En la temporada 68-69, el Madrid conseguía otra epopeya nunca lograda antes por nadie: ganar en la cancha del TSKA de Moscú por 78-89. Esta proeza conmovió a todo el deporte europeo e, incluso, el público moscovita ovacionó al equipo español cuando se despidió triunfante desde el centro del campo. No era eliminatoria directa y los soviéticos no quedaron eliminados. Todo lo contrario, serían los rivales del equipo blanco en la final disputada en Barcelona; una de las más dramáticas y recordadas de la historia. El Real Madrid tuvo al alcance la victoria con 81-77 a falta de 25 segundos, pero dos graves errores (uno de Aiken) permitieron al TSKA empatar el marcador en el último segundo: 81-81. En la prórroga, y con empate a 93, Aiken falló una canasta imposible de errar, una bandeja fácil que hubiera dado el triunfo al conjunto blanco. Ferrándiz, echándose las manos a la cabeza, fulminó con su mirada al americano. En la segunda prórroga, con el Madrid muy diezmado por las personales, el TSKA de Moscú logró llevarse el título por 103-99, con el público barcelonés apoyándoles. El heroico partido de todo el conjunto merengue, principalmente Aiken (24), Luyk (20), Brabender (20) y Emiliano (18), no fue suficiente ante la mala suerte acumulada en esta final, dejando escapar el triunfo en dos ocasiones. Aiken abandonó el equipo y el Real Madrid terminaba su primera época dorada, con 7 finales en 8 años y 4 títulos. Comenzaban cuatro años mediocres en Europa, al no dar con los extranjeros adecuados. Todo volvería a la normalidad en la temporada 1973-74, con el inicio de la segunda edad de oro del Real Madrid. Eso será otra historia.
José Quijada Rubira.
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