Que la izquierda en España nunca ha defendido
lo español, es evidente e patente. Que reniega de todo lo que huele a España y
anatematiza todo su pasado, no importa el momento o la época histórica a que se
refiera, es consustancial a ella. Que siente aversión y ojeriza a la bandera
roja y gualda de España, es sabido y comprobado día a día con multitud de
ejemplos. Que el denigrar e insultar a las Fuerzas de Orden Público y a
nuestras Fuerzas Armadas forma parte de las características esenciales de la
izquierda, es tan obvio y aplastante que nadie, en su sano juicio o con un
mínimo de intelecto sano, discute. Que la izquierda en España –que no española-
siempre ha intentado socavar y dinamitar las raíces de la cultura latina y
cristiana que dieron lugar a la formación de la nación, está a la vista de
cualquiera que quiera indagar en su tenebroso y terrorífico pasado. Que la
izquierda en España es un anacronismo decimonónico, obsoleto en ideas y
métodos, es fácil de advertir con sólo observar sus acciones y discursos, que
apestan a rancio y analfabetismo. Que la izquierda en España es la única
izquierda de la Europa democrática que no defiende a su patria, es tan
elocuente como lo demuestran símbolos, banderas e imágenes que sacan a relucir
en cada ocasión, anclada en un pasado del que nunca sale, instalada para la
eternidad en ese lodazal mugriento y hediondo de su ideología exterminadora de
la humanidad.
Para los que creemos y nos sentimos
orgullosos de España y su pasado, todo lo anterior es una penitencia con la que
tenemos que vivir, soportándolo de la mejor manera posible. Pero era algo con
lo que contábamos de antemano, sabedores de la esquizofrenia marxista y salvaje
de la izquierda en España. Estábamos preparados para ello, acostumbrados a esa
lucha, sabiendo quienes eran los abanderados de la España milenaria y
verdadera, quienes eran los protectores de los valores de la España que comenzó
a gestarse con Leovigildo en el año 572, que concibió a Hispania como un todo,
no sólo cultural, sino también político; y su hijo y sucesor Recaredo, con el
trascendental III Concilio de Toledo en el año 589, donde el concepto nación
pasó a ser una sociedad civilizada con aspiraciones de independencia política
basada en una autopercepción cultural.
Sin embargo, nos hemos encontrado un enemigo
inesperado al que creíamos de nuestro lado: es el gobierno supuestamente de
derechas del PP con su gallináceo presidente Rajoy al frente y su política del
avestruz, con la desidia y la cobardía más abyecta como emblema. Ha traicionado
a una gran mayoría de sus votantes, incumpliendo lo que prometió realizar en su
programa electoral y, lo que es más grave, ha engañado a España con su
desafección al gravísimo problema del separatismo -al que no pone freno- y la
suelta de los asesinos etarras. Si la derecha ha sido siempre defensora de las
raíces de España, de sus tradiciones y su historia, con este gobierno felón ha
cambiado radicalmente su posicionamiento. Ya no distinguimos la desastrosa
política de enfrentamiento de Zapatero de la indolente y servil de Rajoy, con
un Ministro de Interior llamado Fernández Díaz, que desampara y humilla sin
pudor alguno a las Fuerzas de Orden Público, como ha quedado comprobado en los
acontecimientos de la inmigración en Ceuta y Melilla o los incidentes del 22M;
con un Ministro de Asuntos Exteriores, García-Margallo, que es capaz de
desvaríos insultantes como comparar el asunto de Crimea con el de Cataluña; con
un Ministro de Justicia, Ruíz Gallardón, que manipula y nombra jueces en la
misma medida que lo hace la izquierda, siguiendo la componenda de casi 30 años;
con un Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, que lleva a cabo una subida
brutal de impuestos que deja pequeña la que impondría Izquierda Unida. Un
gobierno que permite que Bolinaga siga en libertad y que ha liberado a varias
decenas de asesinos, violadores y terroristas, es un gobierno en descomposición
total, de una vileza y degeneración difíciles de igualar, donde una gran parte
de la sociedad se encuentra indefensa, huérfana, impotente y extraviada. Incluso
la monarquía, llena de escándalos y corrupción, amenaza con derrumbarse y ya no
es el estandarte de la patria. Nos preguntamos por la España que anhelaba
Manuel José Quintana, uno de los grandes poetas de la ilustración: “¿Qué era,
decidme, la nación que un día reina del mundo proclamó el Destino, la que a
todas las zonas extendía su cetro de oro y su blasón divino?”.
A pesar de no tener nada seguro y fiable
donde poder asirnos para mantener la esperanza de el regreso de la España
heroica y gallarda, orgullosa de sus gestas sin parangón y de su imperio donde
no se ponía el sol; de la falta de los grandes hombres que la hicieron posible,
derramando hasta la última gota de sangre; de la terrible sensación de
sentirnos apátridas en nuestra propia patria, extraños en la nación que nos vio
nacer, prefiero ser positivo y recordar las palabras que el gran San Isidoro,
obispo católico de Sevilla, expresó en su célebre “Laus Hispaniae”, hacia el
año 620: “De todas las tierras que se extienden desde el mar de Occidente hasta
la India, tú eres la más hermosa, ¡oh sacra y siempre venturosa España, madre
de príncipes y pueblos!”.