viernes, 30 de mayo de 2014

LA SEGUNDA EDAD DE ORO DEL REAL MADRID DE BASKET

Tras perder el Real Madrid de manera agónica e injusta la final de la Copa de Europa de 1969, se abrió un periodo de oscuridad de cuatro años en la competición continental, con resultados mediocres para las expectativas e historial del equipo. Es cierto que en España se seguía dominando con claridad pero el cierre de las competiciones nacionales a los jugadores extranjeros, dificultó la integración de los fichajes foráneos, que pasaron sin pena ni gloria durante estos años. Todo iba a cambiar de manera radical en la temporada 1973-74, pues se permitió la participación en la Liga de un extranjero por plantilla. El gran Emiliano se acababa de retirar en 1973 y Ferrándiz fue en busca de un sustituto fiable. Se trajo a un tal Walter Szczerbiak, alero blanco americano de 1,98 metros, de gran calidad y un tiro letal. Con su incorporación y los Luyk, Brabender, Rullán, Cabrera, Corbalán… el equipo merengue regresó a la élite de nuevo, iniciándose la segunda edad de oro de la sección de baloncesto. En los siete años que van de la temporada 1973-74 a la 79-80, se consiguió llegar a cinco finales de Copa de Europa y lograr ser campeón tres veces, además de innumerables títulos y trofeos.

La temporada 1973-74 fue arrolladora por parte del conjunto blanco, deshaciéndose con suma facilidad de todos sus rivales y llegando a la final de la Copa de Europa frente al entonces dominador de la competición: el todopoderoso Ignis de Varese, campeón en 1969-70, 71-72 y 72-73. Se jugó el 3 de abril de 1974 en Nantes, con los italianos como claros favoritos. En sus filas nada menos que Meneghin, Morse, Raga, Bisson, Ossola y Zanatta. Aunque el Ignis se fue de hasta 11 puntos, la entrada del genial Cabrera equilibró el marcador. A falta de dos minutos y medio, con 78-74 para el Madrid, Cabrera cometió su quinta falta personal. Todo el mundo creía que sería Vicente Ramos, despojándose del chándal en esos momentos, el sustituto del base canario. Sin embargo, Ferrándiz, en otra de sus geniales intuiciones, sacó a un joven de apenas 18 años llamado Corbalán, que desbarató la presión italiana y, además, anotó los cuatro tiros libres que lanzó, llevando al Real Madrid al triunfo por 84-82, y a su quinta Copa de Europa. Brabender (22), Cabrera (16), Luyk (14), Walter (14), Rullán (14), Corbalán (4) y V. Ramos, fueron los artífices de la gesta. Además, se ganó la Liga invicto, con una paliza histórica al Barcelona por 125-65, y la Copa del Generalísimo. El gran Real Madrid había vuelto para permanecer en la élite.

Pedro Ferrándiz anunció a principios de la temporada 1974-75 que sería su último año al frente del Real Madrid, dejando como sucesor a Lolo Sáinz, su asistente desde hacía varios años. El equipo siguió en la misma gran línea, derrotando en las semifinales al Zadar yugoslavo del gran Cosic, con dos grandes exhibiciones. La final europea tuvo lugar el 17 de abril de 1975 en Amberes, y otra vez frente al eterno rival del Ignis de Varese. Días antes, Ferrándiz dijo en una entrevista que si pudiera elegir un jugador italiano para que no jugara contra el Real Madrid, sería Meneghin el elegido. Dicho y hecho: una fractura en la mano impedía el concurso del colosal Dino Meneghin. Sin embargo, a pesar del 38-35 para el Madrid al descanso, la presión defensiva del Ignis en el segundo tiempo y la actuación del desconocido Rizzi, con 13 puntos, llevó a los de Varese al triunfo por 79-66. Brabender (21), Walter (16), Corbalán (11), Rullán (10), Luyk (6) y Cabrera (2), fueron los anotadores del conjunto blanco. El mal sabor de boca se palió en parte con la consecución de la Liga, aunque se perdió la imbatibilidad tras tres años, dos meses y 26 días (31-10-71 al 2-02-75), y la Copa del Generalísimo. El mago e inigualable Pedro Ferrándiz se retiraba, dejando al Real Madrid en la cúspide.

En la temporada 1975-76 debutaba en el banquillo madridista Lolo Sáinz, que permaneció hasta 1988-89, consiguiendo cuantiosos títulos. Se incorporó sólo para competición europea a John Coughran, alero fuerte de 2,01 metros, que daría relevos a un ya veterano Luyk (35 años). En Copa de Europa fue superando rivales y, tras deshacerse fácilmente del Villeurbanne francés en las semifinales, accede a la final disputada en Ginebra, el 1 de abril de 1976, y contra el mismo oponente por tercera vez consecutiva: el Mobilgirgi de Varese (antes Ignis). El Real Madrid dominaba al descanso por la mínima (43-42). La incertidumbre se mantuvo hasta los últimos ocho minutos donde la mayor fortaleza bajo los tableros de los italianos y el permisivo arbitraje, dieron el triunfo a los de Varese por 81-74. Walter (24), Brabender (22), Coughran (16), Cabrera (6), Luyk (2), Rullán (2), Cristóbal (2), Corbalán y Vicente Ramos fueron los jugadores utilizados en el encuentro. La Liga se volvió a conquistar, con otra paliza memorable al Barcelona (114-76) y dos récords, en un mismo partido, que aún permanecen: mayor diferencia de puntos (92, en el 140-48 al Breogán) y mayor anotación individual (Walter, 65 puntos).

La temporada 1976-77 comenzó con la Copa Intercontinental celebrada en Buenos Aires, del 1 al 5 de octubre de 1976, llegando a la final contra el inevitable rival del Mobilgirgi de Varese. En esta ocasión, el Real Madrid se tomó cumplida revancha y consiguió su primer trofeo Intercontinental al vencer por 79-74 a los italianos, con una portentosa actuación de Rullán. En la Copa de Europa, las lesiones de Rullán, Luyk y Cristóbal debilitaron al conjunto blanco que no pudo acceder a la final. Fue el único lunar de la temporada porque la Liga se ganó de nuevo, con otro histórico aplastamiento al Barcelona por 138-78; y la Copa de España regresó al equipo merengue, dando otro soberano correctivo al Barcelona en la final: 97-71, con Brabender (33) y Walter (18) dinamitando a los azulgranas. Fue el último partido de Vicente Paniagua.

La mayor novedad para la temporada 1977-78, fue que Coughran y Walter intercambiarían los roles, jugando éste sólo la Copa de Europa; una decisión equivocada como se demostraría más tarde al perder la Liga. Del 4 al 8 de octubre se disputa en Madrid la Copa Intercontinental, que el Real Madrid vuelve a ganar tras derrotar al Mobilgirgi de Varese por 115-94, en un partido memorable. En la Copa de Europa se pasó a la final sin problemas, con dos jornadas de antelación a la finalización de la liguilla entre los seis equipos clasificados. En la Sala Olímpica Carl Diem de Munich, donde la URSS había derrotado a USA en los Juegos Olímpicos de 1972, se disputó la final el 6 de abril de 1978, y una vez más frente al Mobilgirgi de Varese. Estaba en juego el récord de títulos continentales (cinco cada equipo) y el honor del Real Madrid tras las dos derrotas seguidas. Tras un comienzo arrollador del Madrid (20-10), los italianos consiguieron nivelar el marcador al descanso (41-40). En el segundo tiempo, la lesión de Coughran dio lugar a la entrada de Prada, que dejó en cero puntos a Morse con un marcaje perfecto. Pero el gran protagonista fue un excelso y maravilloso Carmelo Cabrera que desarboló la presión de los de Varese, contagiando a sus compañeros. Un claro 75-67 devolvía al Real Madrid la Copa de Europa, su sexto título, quedándose solo en lo más alto. En el diario “AS”, Carlos Jiménez escribía: “…Se fraguaba ese 75-67 que retornaba la Copa de Europa a Madrid, con todos los pronunciamientos favorables tras un encuentro en el que los blancos habían salido con el pronóstico en contra, pero lograron echar por tierra todos los vaticinios, mientras los italianos caían abatidos por el huracán que eran Cabrera y sus compañeros bajo la batuta magistral de Lolo Sáinz”. Walter (26), Rullán (19), Brabender (16), Coughran (10), Cabrera (9), Corbalán (2), Prada (2) e Iturriaga fueron los artífices del triunfo. Fue la despedida del grandioso Clifford Luyk y de Vicente Ramos; también, la última Copa de Europa de Don Santiago Bernabéu, el mejor presidente deportivo de todos los tiempos, que fallecía el 2 de junio de 1978, y que a pesar de lo avanzado de su enfermedad, asistió a la audiencia concedida por el rey Juan Carlos con motivo de la victoria de su Real Madrid.

En la temporada 1978-79, el Real Madrid incorporó a Randy Meister, pívot de 2,05 de estatura, que sustituyó a Coughran, mientras Walter seguía sólo en competición europea. Se conquistó por tercera vez consecutiva la Copa Intercontinental, jugada en Buenos Aires en el mes de julio, dejando en la cuneta al inevitable Mobilgirgi de Varese y ganando la final al equipo anfitrión, el Obras Sanitarias, por 104-103, tras una canasta de Prada a falta de 2 segundos para el final. La Liga volvió de nuevo a las vitrinas blancas, demostrando una gran superioridad. En la Copa de Europa nos quedamos a las puertas de la final por un partido que ha quedado grabado en la memoria por su dramático desenlace. Se jugaba en el Pabellón de la Ciudad Deportiva y era el último partido de la liguilla que daba acceso a la final; el que ganase jugaría contra el Bosna de Sarajevo, ya clasificado. El rival era el enemigo de siempre: el equipo de Varese ahora llamado Emerson. El partido finalizó con empate a 75 y, tras cinco minutos de prórroga, se llegó al final con 82-83 para los italianos, pero tiros libres para Prada por la falta recibida en el último segundo. Disponía de tres tiros libres para nivelar la balanza, ya que estaba en vigor la norma del 3x2. Un enceste significaba otra prórroga y dos, el billete a la final. Con un silencio sepulcral, el público al borde del infarto y los varesinos sin querer mirar el aro, Prada, lamentablemente, erró los tres lanzamientos (los tres lanzados al lado derecho del aro), ante el desconsuelo generalizado de los aficionados que abarrotaban el Pabellón. Era el único jugador de esa plantilla capaz de fallar los tres lanzamientos. Fue una enorme decepción que quedaría superada al año siguiente.

Las bajas de Cristóbal Rodríguez y Carmelo Cabrera -ésta muy sorprendente-, sustituidos por el pívot Romay y el base José Luis Llorente, serían las novedades de la temporada 1979-80. La Liga se ganó de nuevo, a pesar de perder en casa por un punto frente al Barcelona y romper una racha de imbatibilidad desde la temporada 1968-69, cuando cayó ante el KAS (el Madrid era ya campeón de Liga) porque Ferrándiz reservó a los titulares para la final de Copa de Europa. Precisamente, se llegó a la final de ésta competición tras una liguilla muy igualada, con victorias angustiosas ante el Bosna Sarajevo (vigente campeón) del gran Delibasic y el Maccabi. La final se disputó en Berlín, el 23 de marzo de 1980, ante el equipo del Maccabi de Tel Aviv, con mayoría en las gradas de aficionados israelíes. Aunque no era favorito, el Madrid marchó al descanso con ventaja: 48-40. Las defensas alternativas de Sáinz sorprendieron al Maccabi y permitieron tomar una ventaja de 13 puntos (55-42). Pero las eliminaciones de Corbalán y Meister, y el agotamiento de los otros titulares hizo peligrar la victoria. Al final, 89-85 para los blancos y séptima Copa de Europa. A destacar, la majestuosa actuación de Rullán que, con 27 puntos, destrozó al equipo israelí. Meister (21), Walter (16), Brabender (12), Corbalán (9), Llorente (2), Querejeta (2) y Prada, fueron los participantes del triunfo. El diario “AS”, con la firma de Carlos Jiménez, escribía: “Siete títulos, siete. Un nuevo récord para este gran Real Madrid, que saca fuerzas Dios sabe de dónde para proclamarse campeón de Europa, con todos los pronunciamientos favorables, justo en el momento que parecía más bajo. Luchando contra pronóstico, contra un ambiente mayoritariamente israelita, contra un Maccabi que es un formidable equipo…”. Sería el último partido del fabuloso Walter, tras siete años, y el final de la segunda edad de oro del Real Madrid de baloncesto.. Ya nada sería igual a las dos décadas de los sesenta y setenta, grandiosas e irrepetibles, donde se forjó la leyenda y el mito, la gloria y la épica de un equipo que maravilló y encandiló al mundo.


José Quijada Rubira.


domingo, 25 de mayo de 2014

ESPAÑISLAM: CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE

Desde la llegada de ese trampantojo que tenemos por democracia, partidos políticos y medios de comunicación nos bombardearon e inocularon de ilusiones vanas, haciendo creer a la mayor parte de la sociedad que su llegada sería la panacea de todos los males, la solución a toda desigualdad, el ungüento amarillo que daría lugar a una España mejor, libre de rencores pasados y más justa. Nos engatusaron con el “Habla, pueblo, habla” y el poder de las urnas, de la misma manera que se convence y contenta a un niño comprándole unos chuches. Con el paso del tiempo, los partidos políticos se hicieron los dueños incontestables y omnímodos del chiringuito democrático, creando una gigantesca administración que es una red clientelar encubierta, y adulteraron al poder judicial, nombrando directamente a sus miembros, lo que significa el secuestro total del Estado democrático. Desmembraron a España en 17 reinos de taifas, creando sus 17 gobiernos, sus cajas de ahorro, sus televisiones autonómicas y sus embajadas en el extranjero, con la transferencia de la educación a cada una de ellas, lo que ha significado la puntilla final a la unidad de la patria, pues el germen de odio a España es ya irreversible. Se ha autorizado el triunfo del terrorismo, permitiendo que Bildu se haya instalado en la administración de Vascongadas, y la libertad de sus terroristas, sin entrega alguna de armas ni arrepentimiento. Se ha alimentado el éxito del independentismo catalán por la condescendencia e inacción de gobierno y oposición, facilitándoles el proceso secesionista en lugar de aplicar los mecanismos del Estado de Derecho. Se ha permitido que la crisis económica sea mucho más mortífera en España, por no aplicar las medidas oportunas a su debido tiempo. Nos han obsequiado con toda clase de vilezas, corrupciones, traiciones y miserias a cambio de un voto; es decir, a cambio de nada porque los partidos políticos no cumplen sus programas electorales, por lo que la papeleta vale lo mismo que si se deposita en la basura. Sólo les preocupa vivir como reyes a costa del resto de españoles y mantener a salvo su privilegiada posición.


A pesar de la gravedad extrema de todo lo expuesto, temo que aún mayor trascendencia y peligro –por su inminencia- es el problema del islamismo en España, el cáncer más extendido y que amenaza metástasis, si es que no es ya incurable, insanable en la achacosa piel de toro española. Según el último estudio demográfico de la población musulmana en España, llevado a cabo por el Observatorio Andalusí y referido a fecha del 31 de diciembre de 2013, 1.732.191 musulmanes residen en nuestra patria, con 1.200 mezquitas distribuidas por todo el territorio español. La inmigración musulmana ha transformado la sociedad española. Nuestra cultura nativa es descartada como irrelevante y el cristianismo arrinconado. Valores como “libertad de religión” se llevan al extremo en detrimento de nuestra “libertad de expresión”, que nos es robada porque “no es justo para los inmigrantes”, que tienen prioridad sobre la población originaria. Ellos no se adaptan, imponen sus normas y religión y nosotros debemos asumirlo y doblegarnos en nuestra propia nación.

 Hay que destacar el casi medio millón de musulmanes que habitan en Cataluña y que  están siendo parte importante en su proceso secesionista, como reconoce “The New York Times” con un cristalino titular: “Los inmigrantes han ayudado a Cataluña a separarse de España”. El reciente informe del Departamento de Estado de los Estados Unidos, considera a Cataluña como el núcleo más peligroso del islamismo en Europa. Así, un informe secreto del ex embajador Eduardo Aguirre fechado en octubre del 2007, decía: “La alta inmigración, tanto legal como ilegal, desde el norte de África, así como de Pakistán y Blangladesh, hace de esta región un imán para reclutar terroristas”. Lo demuestra que el jefe de los paquistaníes de CIU es un islamista radical (Khalid Shabaz) que fue detenido en 2011 por la Policía por estafa y falsificación de documentos, ocupando el número 79 en la lista de Artur Mas a las autonómicas de 2012, y está considerado por las Fuerzas de Seguridad como un “paquistaní de ideología extrema”. Estos islamistas radicales son recoge votos entre los cientos de miles musulmanes instalados en Cataluña. Por eso el separatismo catalán ha priorizado la migración magrebí sobre la latina, para que les ayudase en su proyecto de construcción nacionalista. Ya sabemos por qué el 30% de la población musulmana de España vive en Cataluña, siendo la región europea con mayor proporción. Desde el Gatestone Institute se habla ya de la República Islámica de Cataluña.

Pero no sólo los nacionalistas catalanes se unen a los a los musulmanes para destruir España, también la izquierda y su cristofobia se apoya en ellos para destruir toda raíz cristiana, como demuestra que la Junta de Andalucía, en manos de PSOE-IU, pretende expropiar la Mezquita-Catedral de Córdoba, propiedad de la iglesia desde Felipe IV, donde una cédula real del año 1659 reconocía al obispo como “dueño legítimo”. Está históricamente comprobado que la izquierda y los nacionalismos se alían con todo lo que sea anti España, con todo lo que les permita y ayude destruir la España milenaria y cristiana. Son los nuevos Conde Don Julián y Obispo Don Oppas, que traicionaron a España permitiendo la invasión musulmana. Quieren borrar y anular las gestas de Don Pelayo, El Cid, Fernando III El Santo, Jaime I El Conquistador, los Reyes Católicos y tantos héroes que han derramado su sangre por España y forjado la gloriosa historia de nuestra patria; quieren desandar casi ocho siglos de Reconquista cristiana y española ante el invasor Islam; quieren, en definitiva, matar a España porque ha sido, históricamente, el muro contra el que se ha dado de bruces el islamismo.


A pesar de los negros nubarrones que se ciernen sobre España y su fatal destino tal vez ineluctable, me quedo con los versos de Fernando de Herrera, escritor español del Siglo de Oro apodado “el Divino” que, en su poema “Por la Victoria de Lepanto”, escribía: “¿Quién contra la espantosa (amenaza turca) tanto pudo? El Señor, que mostró su fuerte mano por la fe de su príncipe cristiano y por el nombre santo de su gloria, a su España concede esta victoria…”.


José Quijada Rubira.

lunes, 12 de mayo de 2014

LA PRIMERA EDAD DE ORO DEL REAL MADRID DE BASKET

Al igual que el Real Madrid de fútbol dominó Europa en la segunda mitad de los años 50, conquistando cinco Copas de Europa consecutivas, el equipo de baloncesto blanco también reinó en el viejo continente, hacia la segunda mitad de los años 60, ganando cuatro Copas de Europa en cinco años, siendo finalista en siete ocasiones en las ocho temporadas que van de la 61-62 a la 68-69, marcando una época irrepetible, imperando de una manera casi insultante y destronando a los equipos del Este europeo, sobre todo soviéticos, inaccesibles e inalcanzables hasta entonces para cualquier conjunto de la Europa Occidental. El club merengue, de la mano de Saporta y Ferrándiz, conseguiría destrozar el monopolio de la entonces Europa comunista, poco a poco, formando cada año que pasaba una plantilla más fuerte, acercándose de manera inexorable a la cúspide de Europa, apabullando con un baloncesto brillante y moderno, basado en un juego veloz y dinámico. Todo empezó así:

Corría la temporada 1961-62 y tras las incorporaciones en años anteriores de jugadores españoles de gran categoría como Emiliano, Sevillano y Sáinz, se sabía en el club blanco de la necesidad de traer un par de americanos que lograsen, de manera definitiva, el salto de calidad preciso para competir con el gigante soviético. Ferrándiz se trajo al globettroter Wayne Hightower (un prodigio de alero de 204 ctms.) y al discreto pívot Stan Morrison. Fue la temporada de la famosa autocanasta de Alocén y en la que se consiguió llegar a la final por vez primera. Se jugó inusualmente en una sede neutral (Ginebra, 26 de junio de 1962), en lugar de los dos partidos habituales de ida y vuelta, porque el gobierno español negó los visados de entrada a los jugadores soviéticos y no autorizó al Real Madrid a viajar a la Unión Soviética. El rival fue el Dinamo de Tiblisi, que venció al conjunto madridista por 90-83, imponiéndose el poder reboteador a la inmensa actuación de Hightower (30) y Emiliano (21). Morrison (12), Sevillano (11), Lluis (5) y Sáinz (4) completaron los anotadores del Real Madrid. La derrota fue digna y por primera vez un equipo de la Europa no comunista jugaba la final. La base ya estaba hecha. Liga y Copa de España fueron conquistadas.

La siguiente temporada (1962-63), se cambió la pareja de americanos y llegaron los pívots Clifford Luyk (203 ctms.) y Robert Burgess (204 ctms.), que triunfaron en el Madrid –sobre todo Luyk- y llevaron al equipo a la segunda final consecutiva de la Copa de Europa, aportando rebote y puntos. Ferrándiz pasó al cargo de director técnico y Joaquín Hernández al de entrenador. En esta ocasión la final era de ida y vuelta, jugándose primero en Madrid y frente al todopoderoso TSKA de Moscú, que acudió a la capital de España tras numerosas gestiones de Saporta ante el gobierno español para que autorizase la visita, y la amenaza de la FIBA de proclamar campeón al conjunto blanco por incomparecencia del rival. Era la primera ocasión que un equipo ruso actuaba en España, el 23 de julio de 1963 en el Frontón Fiesta Alegre, venciendo el Real Madrid por 86-69, con una extraordinaria actuación de Sevillano (26), Emiliano (24), Burgess (21) y Luyk (14). También participaron Durand (1), Sáinz, Alocén y Descartín. Desgraciadamente, el 31 de julio en un Estadio Lenin abarrotado, el TSKA igualó la desventaja de 17 puntos (91-74) a pesar del buen hacer de Luyk (22), Emiliano (18), Burgess (17), Sevillano (10 y Sáinz (6). También jugaron Durand (1), Alocén y Descartín. El partido de desempate se jugó apenas 24 horas después y en Moscú, el 1 de agosto, con un Madrid físicamente machacado que nada pudo hacer ante el equipo soviético: 99-80. Emiliano (21), Burgess (20), Luyk (14), Sevillano (14), Sáinz (7), Alocén (2) y Durand (2) fueron los anotadores de la segunda final consecutiva del equipo madridista. Era ya la hora de dar un paso más y alcanzar la cima. En Liga se proclamaron campeones, una vez más.

En la temporada 1963-64, los equipos de la extinta URSS no participaron en las competiciones europeas para preparar mejor a sus jugadores para los Juegos Olímpicos de Tokio-64, presentándose una gran oportunidad para lograr el título tan deseado. La pareja de extranjeros se mantuvo –para qué trastocar lo que funciona-, aunque se reforzó más con un tercer americano, Hill Hanson, con la misión de que cubriera las espaldas a sus compatriotas.  El conjunto merengue fue quemando etapas, cada vez más sólido y consolidado, alcanzando su tercera final consecutiva. El rival era otro equipo del telón de acero, el temible Spartak de Brno de Checoslovaquia, jugándose la ida en la ciudad checa (27 de abril de 1964), en el Estadio de Invierno y ante 14.000 espectadores, jugando el Spartak como un tigre furioso, perdiendo el Madrid por 11 puntos (110-99), una diferencia asequible gracias a las actuaciones enormes de Emiliano (31), Burgess (22) y Luyk (18). Completaron los anotadores Sevillano (10), Hanson (6), Sáinz (5), Descartín (4) y Durand (3). En la vuelta, el 10 de mayo de 1964, con un Frontón Fiesta Alegre a reventar y el entonces Príncipe Juan Carlos en el Palco de Honor, el Real Madrid comenzó a limar la diferencia poco a poco, consiguiéndose igualar en el minuto cinco de la segunda parte. A partir de ahí, nada pudo parar el empuje madridista, guiados por el frenesí del público asistente, logrando imponerse por un contundente 84-64. Como siempre, Emiliano (28) y Luyk (25) estuvieron sublimes, apoyados por Burgess (13), Sevillano (8), Sáinz (8) y Descartín (2) y Hanson. El Real Madrid tocaba la gloria en un clima de euforia irrefrenable. En el centro de la pista, los nuevos reyes de Europa eran aclamados. También se conquistó el título de Liga.

Para la temporada 1964-65, volvió como entrenador Pedro Ferrándiz tras el fallecimiento de Joaquín Hernández, y Hanson fue sustituido por Jim Scott, un corpulento americano de raza negra que será recordado por un mate en la cara del mismísimo Korac, en las semifinales de la Copa de Europa. Aunque se había conseguido el tan ansiado y buscado cetro europeo, la hazaña estaba incompleta al no haber participado los equipos soviéticos, y eso flotaba en el ambiente del equipo madridista. Se alcanzó de nuevo la final, después de una épica semifinal ante el poderoso OKK de Belgrado del gran Korac, y esta vez ante el rival deseado por todos: el TSKA de Moscú. En la ida, jugada en casa moscovita el 8 de abril de 1965, se consiguió un gran resultado con sólo siete puntos de desventaja (88-81), con una maravillosa actuación de Luyk (28). Burgess (15), Sevillano (11), Emiliano (10), Sáinz (7), Descartín (4), Durand (4) y Scott (2) fueron los otros anotadores. Cinco días más tarde, bajo la presidencia de los Príncipes de España, un Real Madrid desatado e imparable (42-29 al descanso), redondeaba la proeza y, esta vez sí, se imponía al TSKA de Moscú por 76-62, despejando dudas de quien era el mejor de Europa, con Emiliano (24), Luyk (18) y Burgess (16) en plan colosos. Sáinz (9), González (7), Sevillano (1) y Descartín (1) fueron los otros anotadores. El ritmo frenético impuesto en el Frontón Fiesta Alegre, no pudo ser frenado por los soviéticos y el conjunto blanco se alzaba con su segunda Copa de Europa consecutiva y, por primera vez en la historia, ante un equipo de la antigua URSS. Fue el último partido en el mítico y añejo Frontón Fiesta Alegre, que el Madrid tuvo que abandonar a petición de sus propietarios. Se logró el triplete, con Liga y Copa del Generalísimo también en sus vitrinas.

Más que feliz por los tres títulos conquistados la temporada anterior, Ferrándiz volvió a su atalaya de director técnico, lo que supuso un error garrafal para las aspiraciones europeas del Madrid. Le sustituyó el francés Robert Busnel, luego cabeza de la FIBA, de gran fama que no justificó en el conjunto blanco. Jim Fox, un pívot de 2,06 metros, sustituyó a su compatriota Scott. Luyk obtuvo la nacionalidad española en noviembre de 1965 y se incorporó a un joven alero español de 17 años: Toncho Nava. Se jugó en la cancha del Colegio Maravillas, hasta la inauguración del Pabellón de la antigua Ciudad Deportiva el 6 de enero de 1966. Todos estos cambios en la temporada 1965-66, dieron lugar a su eliminación en Copa de Europa por el que iba a ser el ganador: el Simmenthal de Milán, que contaba en sus filas con Bill Bradley, futuro senador y doble campeón de la NBA con los New York Knicks. A pesar de todo, Liga y Copa del Generalísimo sí se conquistaron.

Tras la decepción sufrida en Europa, Ferrándiz volvió como entrenador en la temporada 1966-67, esta vez de manera continuada. La pareja de americanos cambió al irse Burgess y ser nacionalizado Luyk, viniendo el ala-pívot Jim McIntyre (1,98 metros) y Miles Aiken, pívot negro de escasos dos metros pero de movimientos felinos y calidad a raudales. La plantilla se completó con los canteranos Paniagua, Guardiola y José Ramón Ramos, éste procedente del Estudiantes. Con estas incorporaciones se inició el asalto al trono de los milaneses. Al no haber revalidado el título de Liga, el Madrid necesitaba ganar la Copa de Europa si quería estar la próxima edición en esta competición. Raimundo Saporta, en una maniobra genial, consiguió que las semifinales y final se jugasen en el recién inaugurado Pabellón de la Ciudad Deportiva, donde el apoyo de los aficionados sería un importante factor. El Madrid pasó a la final con apuros, derrotando por 88-86 al Olympija de Ljubljana. Así, el 1 de abril de 1967 resultó la fecha elegida para saldar cuentas con el vigente campeón, el Simmenthal de Milán. El empate a 45 al descanso, reflejaba la titánica lucha de ambos contendientes. Emiliano (29), Aiken (23) y McIntyre (14) y su labor en defensa, mantenían al equipo blanco. Sin embargo fue Luyk (17), hasta entonces aletargado, quien abatió con su clásico gancho al cuadro italiano, dejando el marcador en un definitivo 91-83. J. R. Ramos (4), Sevillano (2), Monsalve (2) y Sáinz fueron los otros participantes. La final se televisó en directo para toda España, que pudo ver al Real Madrid conquistar su tercera Copa de Europa y reinar de nuevo en el viejo continente. También se ganó la Copa del Generalísimo.

Para la temporada 1967-68, Ferrándiz se sacó de su chistera a un americano rubio y pálido, escolta de 1,93 metros llamado Wayne Brabender, que sustituyó a McIntyre. Aunque sus comienzos fueron difíciles, su formidable tiro en suspensión y su entrega en la defensa hicieron de él un jugador legendario. También se incorporó Cristóbal Rodríguez. El equipo estaba en la cúspide de su juego y los rivales fueron cayendo hasta llegar a la gran final de Lyon, el 11 de abril de 1968, frente a un viejo conocido: el Spartak de Brno. El equipo checo era favorito por la baja de Sevillano, y aún más cuando a los pocos minutos Emiliano debió abandonar la cancha por problemas en la espalda. El encuentro fue a cara de perro, sin concesiones (52-49, al descanso para el Madrid), y a pesar de que Brabender y Luyk fueron eliminados por personales en los minutos finales (con ventaja de 84-74), el Real Madrid conseguía imponerse por 98-95, con la inmensa figura en la cancha de Aiken y el trabajo de los suplentes. Las actuaciones portentosas de Aiken (26), Luyk (24), Brabender (22) y Nava (10), éste sustituyendo a Emiliano, unido a la excelente dirección de J. R. Ramos (4) nos llevaron al triunfo. Sáinz (6), Emiliano (6) y Paniagua, fueron los otros participantes. Fue el último partido de Lolo Sáinz como jugador. El Real Madrid alcanzaba su cuarto cetro europeo en los últimos cinco años y dominaba Europa. También se recuperó el título de Liga.


En la temporada 1968-69, se ficha a Vicente Ramos, base de 1,80 metros, para cubrir la baja de Lolo Sáinz, y sube a los juniors Carmelo Cabrera (un genial base canario de 1,84 metros) y Rafael Rullán (pívot con una gran técnica de 2,07 metros). Wayne Brabender obtenía la nacionalización española, pudiendo jugar Aiken también la Liga. El 27 de marzo de 1969, el Madrid conseguía otra epopeya nunca conseguida antes por nadie: ganar en la cancha de TSKA de Moscú por 78-89. Esta proeza conmovió todo el deporte europeo e, incluso, el público moscovita ovacionó al equipo español cuando se despidió triunfante desde el centro del campo. No era eliminatoria directa y los soviéticos no quedaron eliminados. Todo lo contrario, serían los rivales del equipo blanco en la final disputada en Barcelona, el 24 de abril de 1969, recordada como las más dramática de la historia, necesitando dos prorrogas para decidirse. A falta de dos minutos, Luyk era eliminado por cinco faltas y con 80-75 para los blancos. Con el reloj marcando 25 segundos, el 81-77 parecía definitivo. Una rápida canasta de Belov y un grave error de Emiliano, que entró a canasta ante Andreev (2,15 metros) en lugar de aguantar el balón, permitió empatar el partido a los moscovitas en el último segundo: empate a 81. En la prórroga, y con empate a 93, Aiken falló una canasta imposible de errar, una bandeja fácil que hubiera dado el triunfo al equipo blanco. Ferrándiz, llevándose las manos a la cabeza, fulminó con su mirada al americano. En la segunda prórroga, con el Madrid diezmado por las personales, el TSKA logró llevarse la victoria por 103-99, con el público barcelonés apoyándoles. El heroico partido de todo el conjunto merengue no fue suficiente ante la mala suerte y las actuaciones de Belov (19), Krapanov (18) y el gigante Andreev (37). Por el Madrid destacaron Aiken (24), Luyk (20), Brabender (20), Emiliano (18) y V, Ramos (9). También jugaron Nava (4, Cristóbal (4) y J. R. Ramos. Se logró el título de Liga. Al terminar la temporada, Aiken abandonó el equipo y Sevillano tuvo que retirarse por una lesión de rodilla, se cerraron las fronteras a los extranjeros para jugar la Liga en España, y el Real Madrid acababa un ciclo de oro con siete finales en ocho años y cuatro Copas de Europa conquistadas. Comenzaban cuatro temporadas mediocres en el viejo continente, al no dar con los extranjeros adecuados, faltos de ritmo sin poder jugar la competición nacional. Todo volvería a la normalidad en la temporada 1973-74, iniciándose la segunda edad de oro del Real Madrid.  Pero eso será otra historia.


José Quijada Rubira.