Aunque pisamos el mismo suelo y habitamos la
misma superficie que ocupó España durante tantos siglos; el mismo terreno que
vio nacer a tantos gloriosos hombres que con sus gestas, sabiduría, esfuerzo y
valentía llevaron a la nación española a ser la primera potencia del mundo -donde
el sol no se ponía-, España ya no existe; sólo es pasado, recuerdo, historia. Pero
lo más grave y paradójico es que la demolición de España ha sido perpetrada por
sus propios ciudadanos, resquebrajando y
carcomiendo, poco a poco pero sin pausa, los cimientos que sostenían la nación,
la base que daba la fuerza y la razón de ser de España. Todo comenzó con la
Constitución de 1978 y su monumental disparate de las “nacionalidades”, que ha
sido la causa que ha derribado el “Katéjon” que impedía romper a España, el
“obstáculo” que menciona San Pablo en su Segunda Carta a los Tesalonicenses
(escrita hacia el año 57 d. C.) que, “al ser removido da lugar a la aparición
del hombre sin ley, el impío que engañará a muchos y sembrará una gran
confusión”. El filósofo Julián Marías ya lo denunció y definió a la perfección
el 15 de enero de 1978: “Con la palabra “nacionalidad” se quiere designar algo
así como una “subnación”; pero esto no lo ha significado nunca esa palabra en
nuestra lengua. El artículo del anteproyecto no sólo viola la realidad, sino el
uso lingüístico”. Como ha escrito hace poco Gabriel Albiac, “…habían consumado
el error fatal”. Una vez abierto el melón de la unidad nacional, todo lo demás
fue cuestión de tiempo para pudrir todo lo de dentro hasta su total
descomposición y desaparición. Para no extenderme mucho, sólo unos pocos
ejemplos, pero muy significativos, corroborarán tozudamente lo anteriormente
expuesto:
-El secesionismo catalán es un hecho, con la
Ley de Consultas a la vuelta de la esquina y la “Cruzada” contra el español,
donde padres llevan años peleando para que sus hijos reciban el 25% de las
horas lectivas en castellano, como marca la ley, o donde llevar una bandera de
España es todo un acto de heroicidad ante el peligro físico que conlleva. Por
no hablar del aislamiento, persecución y vigilancia a todo el que no comulgue
con las ideas nacionalistas, y la ridícula invención de una “historia” catalana
a su medida, donde la mentira burda y el fanatismo se abrazan.
-El separatismo asesino vasco, con los
terroristas ocupando alcaldías, diputaciones y concejalías, instalados en el
poder después de casi 1.000 asesinados y más de 200.000 paisanos exiliados por
el terror y el hostigamiento más bárbaro. Por no hablar de que la Selección de
España de fútbol nunca ha jugado en “democracia” en el llamado País Vasco -síntoma baladí pero
evidente de que ya no es España-, o el rechazo a dar el mensaje navideño del
Rey por la televisión pública vasca (ETB).
-La transferencia de la educación a las llamadas Comunidades Autónomas, donde se
obstaculiza y se niega el uso del castellano, y se explica y falsea una
historia distinta en cada una de ellas, arrinconando la interpretación general
de los hechos históricos de España como unidad. Por mencionar de pasada que la
aplicación de la Lomce pasará desapercibida en cinco comunidades (Andalucía,
País Vasco, Canarias, Asturias y Cataluña), hecho demostrativo del
incumplimiento de la Ley, una vez más, sin ninguna consecuencia al respecto.
-La transferencia de la sanidad a las “Autonosuyas”
–que diría el gran Vizcaíno Casas-, que ha dado lugar a casos tan trágicos como
la muerte de una niña de tres años al serle denegada una ambulancia por parte
de la sanidad vasca, porque pertenecía a Treviño (Burgos), síntoma de la
degeneración sin límite de un sistema corrompido y abyecto.
-El posicionamiento de toda la izquierda a
favor del islamismo y de todas sus reclamaciones, con el Parlamento de
Andalucía (PSOE-IU) a la cabeza, dando luz verde a tomar todas las medidas
políticas y legales contra el registro de bienes eclesiásticos, con la
expropiación de la mezquita-catedral de Córdoba como símbolo de su odio a todo
lo que fue España, sin una sola razón ni histórica ni artística para que no sea
de la Iglesia.
No es extraño que solo un 16% de los
ciudadanos esté dispuesto a defender lo que fue España, y aún me parece mucho
después de arrancarnos el sentimiento de pertenencia y arraigo como nación. ¿Acaso
cualquiera de los hechos citados sería
permitido por cualquier nación democrática con un Estado de Derecho en pleno
funcionamiento? ¿Socavarían y renegarían de su historia pasada naciones como
Estados Unidos, Inglaterra o Francia? ¿Pondrían obstáculos a que su lengua
oficial sea enseñada y aprendida? ¿Abrirían las puertas a los terroristas
asesinos de su propia ciudadanía obsequiándoles con puestos oficiales? ¿Tan
difícil es de entender o acaso no queremos aceptar la cruda realidad?
Chesterton, uno de los grandes literatos del siglo XX, decía en su magistral
“El hombre eterno” que la mejor perspectiva es alejarse y mirar a cierta
distancia para descubrir la realidad: “Un lugar en el que había vivido siempre
y que había pasado desapercibido a su mirada debido a su cercanía y a la
enormidad de sus dimensiones”. Pues una mirada fría y alejada de toda esta
embaucadora mentira que es esta democracia,
nos desvelaría la autenticidad de que España ya no existe: se suicidó.
José Quijada Rubira.